Ann Arbor Today

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domingo, 29 de junio de 2014

El Golden Gate y el billete de 2 doláres

No sólo de grandes relatos vive el blog. A veces, hay pequeñas historias que me apetece mucho contar y que no merecen ser olvidadas. Y esta es una de ellas...

Cuando allá por Octubre fui a San Francisco con mi hermano, tras innumerables problemas debido a la huelga del BART (el metro de la ciudad) y variados cambios de planes, el día que tocaba ver el famoso Golden Gate no pudimos disfrutarlo debido a la niebla que envolvía la bahía (San Francisco 2013). Cosa demasiado común al parecer. A pesar del chasco, no me importó demasiado. Tuve ese sensación de que volvería. Estaba seguro que tendría oportunidades más que de sobra para volverlo a ver.

Y volví. Por motivos de trabajo estuve de nuevo unos días en la ciudad de las cuestas. Y esta que os cuento, es la pequeña gran historia de como el universo conspiró para cumplir mis deseos por el montante total de 0 dólares.

Aquí con la tarjeta puedes pagar cualquier cantidad y en cualquier sitio, así que normalmente no llevo dinero en mi cartera. Pero sin saber ni cómo ni cuándo ni porqué en mi cartera había aparecido un billete de 2 dólares.



Atípico. Raro. Poco común. Pero real y de curso legal. Algunos me dijeron que ya no los fabricaban, pero al parecer se siguen fabricando sólo que pocos. Además, cuando alguien se los encuentra, los guarda pensando que son especiales, como pequeños golpes de suerte, con lo cual hace que la frecuencia de encontrarse uno sea incluso menor.

Así que mientras yo paseaba por el centro de San Francisco aquel domingo de Junio con tan sólo un billete de 2 dólares en la cartera, mi compañera de trabajo, sin buscarlo ni esperarlo se encontraba, entre las 15.000 personas que pueden asistir a uno de estos eventos, con una amiga de la infancia por un pasillo del enorme centro de conferencias. Una de esas casualidades que ocurren sin querer, pero que sería tan sólo una pequeña ficha más del puzzle de piezas que finalmente encajarían aquel día.

Mi compañera de trabajo, tras ponerse al día de las últimas noticias y cotilleos con su amiga, no tardaría en trasmitirle nuestros deseos de ir a ver el famoso puente al atardecer.


Por motivos de agenda, la amiga nos llevaría pero no se podría quedar y nos tendríamos que volver en autobús. Dado que según Google Maps, el camino era de 1 hora en bus y 2 dólares de coste o 37 minutos en taxi y posiblemente más de 40 dólares el trayecto, no sólo iríamos más rápido sino además gratis. Y además lo más importante para mi, era la primera vez que mantenía el "preciado" billete en mi poder. 

Media hora antes del atardecer llegábamos en coche al aparcamiento de la playa de Baker Beach.



Unas vistas espectaculares. La playa, la bahía, el puente rojo sobre el cielo azul... Precioso.


Aunque con frío, no tardé en descalzarme, y sentir esa hermosa sensación que es notar la arena entre los dedos de los pies... 




Sí, finalmente allí estaba. 


Mirando al pacífico, 


despidiendo al sol, jugando en la orilla, correteando... 


y claro, como no... 


no tarde en remangarme el pantalón y meter mis pies en el agua... 


Tras despedir al sol y tomar las últimas fotos era tiempo de buscar el autobús y volver al hotel... 




Llegando a la parada de autobús justo al lado de la playa, y sabiendo que sólo tenia mi billete de 2 dólares y ese era justo el precio del autobús, le pregunté a mi compañera si tenía dinero para dejarme. Tras mirar en su bolso, su monedero y sus bolsillos, sólo tenía 3. Eso significaba que finalmente tendría que "malgastar" mi especial billete en un autobús urbano de San Francisco... 

Estuvimos en la parada por un buen rato, una pareja estuvo esperando y se marchó en taxi. Un autobús llegó, descansó y se marchó sin avisarnos... y entre una cosa y otra, de noche ya, y en la solitaria parada apareció un chico indio. Sólo los tres, en medio de ningún sitio, no tardamos en empezar a hablar. Estaba allí recorriendo USA. Había venido para la boda de un amigo, y ya había aprovechado para visitar algunas de las grandes ciudades. Y por obra y gracia del destino, en su largo y diverso viaje y a las 9 y pico de la noche de aquel domingo, coincidía con nosotros en la parada de autobús cercana al puente. 

Mientras comentábamos una y otra cosa, mi compañera se atrevió a comentarle que sólo teníamos 3 dólares para los dos. Y que si le sobraba 1. El chico, muy amable, sacó su cartera y nos lo ofreció. Sólo éramos tres personas en aquella parada de San Francisco aquel domingo por la tarde. Sólo iríamos nosotros tres en el autobús, y yo, por segunda vez en la tarde había vuelto a "salvar" mi billete de 2 dólares. Y con todo, no paraba de pensar y darle vueltas a como todo había cuadrado para que hubiera ido y vuelto del centro de la ciudad al Golden Gate, había correteado en la playa, había visto atardecer, había metido los pies en el Pacífico y todo sin pagar un dólar. Con lo que nos gusta algo gratis a la gente de Cádiz... 

Tras el periplo vivido y con una historia que contar, he puesto MI especial billete de 2 dólares seguro y a buen recaudo. Sin duda se lo merecía.


Esta semana fui a comprar una jarra de sangría en Casa Dominick's aquí en Ann Arbor (¿yo?, ¿bebiendo sangría?), ese día sí tenía dinero en la cartera, un billete de 20 dólares y al pagar con él, el dependiente me dio la vuelta. Y sí, para mi sorpresa, ahí estaba, otro billete de 2 dólares. 


¿Los estaré atrayendo yo o será verdad el dicho de que el dinero atrae al dinero?
Esta claro que con 4 dólares no seré rico... pero bueno, uno ya me ha dado una historia bonita que contar, veremos que riqueza me depara el segundo...


Por si todo este cúmulo de casualidades no hubiera sido bastante, os daré un último detalle, el día antes de ir al puente, cenando en el barrio chino de San Francisco, abrí mi galletita de la suerte, desenrollé el papelito y decía...


"Una gran fortuna descenderá sobre ti este año"

Que más puedo decir... 

Un abrazo. 

sábado, 14 de junio de 2014

El cielo de Cádiz

Una vez leí que los ladrones y carteristas de Nueva York identificaban a los turistas porque normalmente iban mirando los rascacielos, como si a veces no lleváramos ya suficiente pinta de extranjeros. Y es que los neoyorquinos, con el tiempo, dejaron de levantar la cabeza para mirar el cielo.

Uno de los comentarios más repetidos entre los españoles que salimos fuera de nuestra tierra es: El cielo aquí es diferente.

Y con estas dos premisas me he paseado por Cádiz, con la cabeza mirando a las alturas y sintiéndome un turista en mi tierra. Primero, para descubrir de nuevo el cielo de mi ciudad y segundo para buscar las diferencias con los "otros" cielos.

He llegado a dos conclusiones.
La primera, todo depende de los ojos con los que lo mires. Y en mi caso en concreto además, podría depender de lo limpia que tenga las gafas ese día. Estoy seguro de que puedes encontrar los cielos más impresionantes vayas donde vayas, pero quizás la diferencia esté en tu estado de ánimo. Si te acompaña una sonrisa en la cara todo tiene otro color, otra tonalidad, y la belleza aparece justo delante de ti. Y mucho más importante y sobre todo, con quien lo estés compartiendo. Y no te hace falta ni siquiera que esa persona esté sentada junto a ti, basta con que pienses en quien querrías que lo estuviera viendo y compartirlo mentalmente con ellos.

Gafas limpias, ojos bien abiertos, sonrisa y alguien a quien descubrirles tus secretos y la magia ocurre.


La segunda conclusión, es que si el cielo es el mismo, y tu eres el que le das color, posiblemente la diferencia la pone lo que esta bajo el cielo. Me preguntaba si es lo mismo ver el cielo azul entre decenas de árboles, entre rascacielos, o entre las antiguas callejuelas, torres y miradores de mi ciudad. Realmente no es lo mismo. La percepción cambia. Es imposible que veas el cielo de la misma manera... 

Muchas veces es difícil explicarse, y creo que lo mejor es que lo veáis y me contéis... Y si tenéis un día de esos tontos y os dejáis perder durante estos 5 minutos y pico, lo mismo hasta os cambia el ánimo después de este paseo juntos. ¡Qué lo disfrutéis!



¿Cuántas veces habéis ido a los museos, torres o sitios turísticos de otras ciudades y cuánto hace que no lo hacéis a escasos metros de casa?
¿Cuánto hace que no miráis el cielo de vuestra ciudad?

Un abrazo.

Pd: Y con los años, me doy cuenta de que cuanto más lejos estoy de mi tierra y de mi cielo, más grande se me dibuja la sonrisa cuando la recuerdo. Las raíces son las raíces... 



martes, 3 de junio de 2014

Miradas que vieron en mí...

Hoy 3 de Junio es mi cumple,
e irremediablemente 
y como en cada aniversario, 
uno echa la vista atrás.

Y me he visto llegando a Ann Arbor en el 2009.
2009, sí... en breve cumpliré cinco años por aquí. 
Cinco añazos ya. 

Y estoy empezando el post,
y sí,
este va a ser uno de esos post abstractos y nostálgicos
o sensibleros y raros... 
Se que no tardaré en recibir 
un comentario de mi amigo Bández, 
diciendo que me estoy "amondrigonando",
pero es mi cumple... ¿Qué puedo hacer?.
A veces me vienen al coco esta clase de post,
que nacen en algún sitio que no comprendo,
pero que los siento tan claros y tan vívidos, 
que tienen que salir por algún sitio...
y no puedo reprimir soltarlo en el blog.

Espero que os guste leerlo tanto como a mi escribirlo.

La semilla de todo
nace en una amiga (sólo una amiga ¿eh?)
con unos increíbles ojos verdes,



y completamente absorto y pensando en su mirada
he terminado pensando en las miradas de la gente que me rodea.
Y como sucede en todo proceso creativo, 
una idea me ha llevado a otra 
y aquí estoy
sin saber cómo ni por qué,
escribiendo de miradas. 

Y durante estos cinco años ha habido de todo, 
miradas que se perdieron, 
que lo dijeron todo y con las que no hizo falta ni hablar, 
que decidieron mirar para otro lado.
Las que no comprendí y las que no me comprendieron.
Miradas que me hicieron olvidar quien era 
y miradas, duras miradas 
que me lo recordaron a cada momento... 
Miradas con lágrimas de lluvia, heladas de nieve y frías de soledad.
Miradas sin parpadeos, fijas, quietas, 
miradas que me atravesaron,
miradas a escondidas, huidizas y de contrabando,
y miradas llenas de dudas, vacías, huecas
y que me miraron sin querer mirarme...

Las miradas que matan y las de desprecio, 
que también alguna hubo,
siempre intenté dejarlas para que las mirara otro...
...

Con el paso del tiempo, 
he de decir alegremente que esas fueron las menos, 
miradas que en un abrir y cerrar de ojos se olvidaron... 
Y hoy, hoy que es mi cumple, 
sólo quiero acordarme de la mayoría, 
de las buenas, 
y de las buenas las mejores, 
de las miradas de la gente que quiero y que voy queriendo,
de las miradas de la gente que me hace feliz.
Me quedo con las miradas cómplices,
desde las ingenuas a las de deseo, 
con las miradas de amor y de amistad, 
con las que prometían lucha y contenían rabia, 
miradas que olían a triunfo, que gritaban ánimo
que apretaron los dientes.

Miradas que me supieron a mucho
y me tocaron el corazón... 
Miradas que me acompañaron, que me tendieron una mano,
y miradas que fueron el espejo del alma.
Miradas rebosantes de ilusión que espantaron al miedo, 
miradas limpias, claras, abiertas, directas...
 en las que me vi desnudo...
Miradas de fin de semana, 
que se confundieron en la noche 
deslumbradas por los focos y cegadas por el alcohol.

Miradas que me llevaron volando de un lugar a otro del mundo,
miradas de las que no pude apartar mi mirada,
ni quise...

Mirada, sólo una, 
en la que quise verme cada mañana,
en cada desayuno y en cada amanecer....
cada noche apagar mi mirada junto a ella.
Mirada que me habría pasado la vida entera mirándola. 

Durante estos cinco cumpleaños 
y a lo largo de 114 posts, 
os conté lo que miraban mis ojos
y lo que captaba mi cámara... 
Pero hoy, 
hoy quería recordar algunos de esos maravillosos ojos... 
miradas que aquí, 
en la pequeña Ann Arbor,
han visto la vida pasar junto a mí. 
No están todos, pero si muchos...

Mirad si son grandes que les pedí sus ojos y me los han mandado... 






Miradas que han sido balcones abiertos a unas personas maravillosas...



Ojos que no ven corazón que no siente dice el refrán,
imaginaos como he tenido el corazón
al verme en estos ojos reflejado.



Ojos que durante estos años,
han visto más de mi de lo que yo haya visto jamás.


Gracias a todas esas miradas
por hacerme feliz,
por que durante estos casi cinco años, 
y con el crecimiento de las patas de gallo,
en muchos y tantos momentos,
esos ojos que me miraron, 
hicieron a estos otros ojos,
los míos,



sonreír.  

Os quiero. 
Hoy me apetecía decíroslo...

y ojalá que con el tiempo,
 nos sigamos mirando a los ojos...